Estimados miembros de Akasha Comunidad:
Hace un año me parecía que era vital compartir con ustedes y explicarles cualquier estudio, reporte de caso o revisión que mostrara las evidencias de que los productos de inoculación COVID pueden ser dañinos. Ahora, a inicios de enero de 2023, a veces siento que no es tan necesario hacer eso mismo porque, en realidad, cada vez son más las personas que se dan cuenta, sin necesidad de que se les presenten esos estudios, de que estos productos no inmunizan, no evitan ningún contagio, no reducen la severidad de los síntomas, alteran el funcionamiento óptimo del sistema inmune, y pueden provocar toda una serie de problemas de salud asociados con una desregulación inmune, con un estado pro- y auto inflamatorio, con problemas de coagulación, y con tendencia a procesos cancerígenos debido a daño al ADN provocado de forma directa e indirecta por los componentes de estas inyecciones. De todo esto he presentado publicaciones científicas que lo sustentan, y pueden buscarlas ustedes mismos en el índice más reciente.
Honestamente, no sé cuánta evidencia más, cuántos casos clínicos más, cuántos enfermos más, cuántos muertos más se requieren para que los médicos tengan el valor de decir “¡no más!” y decidan proteger a sus pacientes y honrar su juramento y su profesión elegida, reconociendo que por más que deseen que funcionen, estos productos no lo hacen y son dañinos.
Me he dado cuenta de algo que me parece trágico, y no uso esa palabra con ligereza. Me explico: las publicaciones científicas que ensalzan las bondades de estos productos, que dicen que ‘son la onda’, aunque evalúen la respuesta inmune y la seguridad en una ventana temporal muy estrecha, suelen ser aceptados por el proceso de revisión por pares en muy poco tiempo, mientras que las publicaciones científicas que presentan estudios de caso, reportes clínicos o desarrollo teórico del mecanismo causal de eventos adversos, son aceptadas (cuando lo son) después de mucho tiempo. Vean como ejemplo, este estudio (https://www.clinexprheumatol.org/abstract.asp?a=17569), publicado en la revista Clinical and Experimental Rheumatology, que llega a la conclusión de que “los eventos adversos fueron menores que en los ensayos clínicos” (aunque se presentaron en el 60.5% de los casos) fue aceptado en un mes y cinco días de su envío (enviado el 18 de junio de 2021, aceptado el 23 de julio de 2021), a pesar de no indicar en el escrito, siquiera, cuánto tiempo fue el seguimiento de los pacientes inoculados, lo cual sería el mínimo de información necesario para poder llegar a las conclusiones a las que llegan. Pasa lo mismo en este otro artículo (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC8629680/pdf/main.pdf), ensalzador de la seguridad de las inyecciones (determinadas en 15 días post inoculación solamente), que fue aceptado tan solo seis semanas después de su envío (enviado el 20 de septiembre 2021 y aceptado el 4 de noviembre 2021). O este otro, aceptado cinco semanas después de su envío (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC8969577/pdf/fonc-12-855723.pdf). Y como estos hay muchos – muchos – ejemplos.
En contraste, este reporte de caso (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC9607809/pdf/10072_2022_Article_6465.pdf) publicado en la revista Neurological Sciences, que demuestra la ocurrencia de neuromielitis óptica en una mujer sana de 52 años luego de haber recibido la inyección ‘anti-COVID’ de marca Pfizer, fue aceptado 10 meses después de su envío (enviado el 8 de diciembre de 2021, aceptado el 18 de octubre de 2022. Este otro, que habla sobre la ocurrencia de Guillain-Barré post inoculación (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC9637534/pdf/main.pdf) fue aceptado luego de cinco meses. Y así, hay muchos otros ejemplos. Uno pensaría que, dado que los ensayos clínicos fueron realizados en tan poco tiempo, y que no se contaba con prácticamente nada de información científica sobre la posibilidad de eventos adversos, particularmente en los grupos que no fueron incluidos en los ensayos clínicos, sería de suma importancia que todos los estudios que presentan dicha evidencia sean mostrados al público especializado y general lo antes posible, ¿no creen? Al leer el caso clínico es muy probable que la fecha de ocurrencia de la neuromielitis óptica fuera a inicios o mediados de 2021 (es decir, varios meses antes de que se hubiera enviado el artículo a la revista y aproximadamente año y medio antes de su publicación). Me imagino que aquellas personas que han desarrollado neuromielitis óptica, u otras alteraciones neurológicas de origen inmune, luego de haberse inoculado, hubieran deseado que su médico conociera (y entendiera) ese primer estudio que menciono en este párrafo.
Otra diferencia “curiosa” es que los artículos que presentan evidencia de eventos adversos, en muchos casos, no tienen el resumen de forma abierta en la página de Pubmed del NCBI (para leer el resumen, tienes que entrar a la publicación en la página de la revista, cosa que lamentablemente muchos no hacen), mientras que los que construyen una estatua en honor a las inoculaciones presentan el resumen de forma evidente en Pubmed. Tal vez sea una coincidencia, pero me ha llamado la atención desde hace varios meses.
Aclaro que no estoy “cosechando cerezas” (cherry picking), sino ejemplificando cómo parece que varía el proceso de revisión y las decisiones editoriales de acuerdo con si el artículo fortalece la narrativa oficial (ese que dice “las vacunas anti-COVID son seguras y eficientes”) o si presenta evidencia de que, de hecho, no son seguras para todo el que las recibe. De hecho, en cuanto tenga oportunidad, realizaré un metaanálisis formal del tema de las diferencias en las fechas de aceptación y publicación de los artículos de acuerdo a sus resultados y conclusiones (pro-narrativa oficial o no pro-narrativa oficial). Si resulta que no es así, que son iguales los tiempos de revisión por pares y los tiempos editoriales, lo informaré aquí y me retractaré de esto que he planteado. Pero si resulta que mi hipótesis de trabajo (los artículos que fortalecen la narrativa de “las vacunas son seguras y efectivas” son aceptados y publicados en menos tiempo que los artículos que debilitan dicha narrativa) es aceptada, también lo comunicaré y, me parece, sería suficientemente serio para que los médicos y científicos, por más pro-vacuna recalcitrante que sean, se pregunten algo por el estilo de “¿qué demonios está pasando?”.
Espero que estas divagaciones y rumiaciones mentales les sean de utilidad.
Les saludo,
Karina AW