Estimados miembros de Akasha Comunidad:

Una de las actitudes más importantes que debe de tener quien aspira a ayudar en la generación de conocimiento científico (que, a la larga, trata de comprender ‘la realidad’ y describir lo más certeramente posible ‘la verdad’) es el reconocer cuando la evidencia no se ajusta a lo que considerábamos que era la mejor explicación de un suceso dado. Esto es porque el conocimiento cambia, como cambia lo que podemos medir, ver, escuchar conforme cambia la tecnología disponible. Hasta que Anton Van Leeuwenhoek, comerciante con alma incansablemente curiosa, talló cristales, no era visible el mundo de los microorganismos. A partir de ese momento, la tecnología inventada permitió ver más allá de lo que el ojo humano puede ver. ¡Ha sido una belleza ver ese mundo! Bacterias, arqueas, organismos unicelulares con espículas, con flagelos. ‘Ositos’ de agua (tardígrados, que sí son animales, pero no son osos) que habitan entre el musgo y los líquenes, rotíferos, foraminíferos, amibas, ciliados… Se amplió así nuestra comprensión del mundo. Por eso, queda corto (muy corto) el adoptar la frase de “hasta no ver, no creer”; porque así, de forma literal y sin apoyo de cierta tecnología, no podríamos creer en muchas cosas, incluyendo las más de 20,000 especies descritas de bacterias (solo una fracción de las que se estima existen en el mundo). Lejos de ser apabullante, a mí me llena de unas ganas implacables de seguir descubriendo y aprendiendo, y, sobre todo, de seguir cuestionando.

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